El descubrimiento más importante de vetas de plata en la Nueva España ocurrió en 1546, cuando un grupo dirigido por Juan de Tolosa llegó hasta el cerro de la Bufa, en territorio de los zacatecos. Cuatro años después, Vázquez de Mercado hizo la primera entrada militar hacia el noroeste de las minas de Zacatecas, comprobando la existencia de otros veneros del codiciado mineral en Ranchos, Chalchihuites, San Martín, Sombrerete y Avino. Más tarde seguirían otras exploraciones de Francisco de Ibarra y Juan de Tolosa.
La plata pura se obtuvo con el empleo de un complejo y costoso proceso de producción. La extracción del mineral, su clasificación y ensaye, el lavado, la molienda, el beneficio por fusión o por amalgama con azogue, exigieron cuantiosas inversiones en pozos y galerías, ingenios de molienda y hornos de fundición. La minería zacatecana requirió técnicas de mayor inversión, así como de más técnicas colaterales para la producción, que cualquier otro sector productivo de la economía de aquella época.
Aunque Zacatecas formaba parte de la Nueva Galicia, durante la Colonia el desarrollo de esta región minera estuvo más vinculado al centro de la Nueva España, debido a sus elevadas tasas de producción de plata que se transformaron en elevados ingresos para la real hacienda. Entre los centros mineros novohispanos, el de Zacatecas fue uno de los que mayores contribuciones haría al fisco. Asimismo, el establecimiento de nuevos centros mineros durante los siglos XVI y XVII provocó que dentro del mismo reino de Nueva Galicia se desarrollaran dos regiones claramente diferenciadas, una localizada hacia el norte y otra en el sur.
Si bien hubo un estrecho vínculo entre Zacatecas y el centro de la Nueva España, el comercio y las comunicaciones del real de minas no se constriñeron a esa relación. Por el contrario, el desarrollo de la minería zacatecana propició amplias redes de comunicación y, por ende, de intercambio con diversos sitios aledaños que la proveyeron de alimentos y de todo cuanto necesitaba. De esta forma, Zacatecas llegó a ser el eje de un extenso espacio económico compuesto por otros centros, poblados, villas, ranchos y haciendas.
Redes de camino
Entre otros obstáculos, los centros mineros tuvieron que enfrentar el de las grandes distancias que había que cruzar entre las minas y las poblaciones que las abastecían. Tan sólo de la ciudad de México y la provincia de Michoacán hacia las minas de Zacatecas, las expediciones cruzaban 40 o 50 leguas de despoblado. Los indígenas fueron la solución: como tamemes, arrieros y comerciantes se convirtieron en elemento fundamental de las comunicaciones, mientras que paulatinamente se fue introduciendo el transporte en mulas. Por los terrenos indios llegaban a cruzar hasta 170 carretas cargadas de bastimentos y mercaderías procedentes de México, y para 1560, además de esta carga, hacia Zacatecas fluía mucha gente de lugares como Culiacán, Colima, La Purificación, Guadalajara, Michoacán, México y Puebla a vender sus mercancías, obteniendo gran provecho del comercio.
Para transportar la plata a la ciudad de México y llevar los bastimentos a la ciudad de Zacatecas se desarrolló una extensa red de caminos, incluido el camino real de las minas de Zacatecas, por donde transitaban carros y recuas. A lo largo de esos caminos se fundaron presidios, guarniciones, fuertes y "ventas", que con el tiempo se transformaron en importantes pueblos y villas.
Los productos más importantes que llegaban a Zacatecas eran maíz, trigo, frijol y forraje, procedentes del Bajío, Michoacán, Jerez, Saltillo, de la hacienda de Patos y de los valles de Parras, Tlaltenango, Juchipila y Teocaltiche. Los reales de minas de Sombrerete obtenían sus cereales de los valles del Súchil y de Poanas, mientras que los de Fresnillo lograban en parte autoabastecerse gracias a su posición favorable a la agricultura.
El formidable desarrollo del Bajío fue consecuencia directa de la prosperidad minera de Zacatecas y de sus alrededores. Esta zona se especializó en la producción de trigo, y siendo el proveedor más importante, proporcionaba entre dos tercios y cuatro quintos del total que llegaba a Zacatecas. Por otra parte, la región intermedia entre Aguascalientes y Lagos y la de los cañones, al sur de Zacatecas, se especializó en el cultivo del maíz.
La carne provenía de las estancias ganaderas ubicadas en los alrededores de Zacatecas. El vino se importaba de España, aunque el "vino de Castilla" llegaba de los viñedos de Parras, en la Nueva Vizcaya. El azúcar llegaba de Michoacán; la cecina de puerco y los jamones se producían en Teocaltiche. Del sur del lago de Chapala procedía el vino de mezcal; el vino de coco de Colima, el cacao de Caracas, Maracaibo y Guatemala; el queso de Aguascalientes y el pescado de las costas de Michoacán.
Entre los textiles que se introducían al mercado de Zacatecas se incluían mantas, cobijas, ropa y sombreros de Puebla, Campeche, España y China. Llegaba jabón de Puebla; los productos de cuero, como los zapatos, de Michoacán; y la cerámica de Guadalajara y Michoacán. De la ciudad de México venían productos como el hierro y el acero, y otros que se importaban a la Nueva España. Luego de su arribo a Zacatecas, las mercancías se distribuían en el mercado de la plaza pública o en las tiendas al menudeo.
Esta amplia red de intercambio que se generó en torno de Zacatecas favoreció una mayor propagación de la plata zacatecana en regiones lejanas.
La producción minera
La producción del distrito de Zacatecas durante el siglo XVII se caracterizó por dos épocas de auge, una de 1615 a 1635 y la otra de 1670 a 1690, y dos periodos de depresión, de 1640 a 1665 y de 1690 a 1705.
En múltiples ocasiones, la política de la Corona española fue determinante para elevar los niveles de producción. A través de las facilidades que dio a los mineros para obtener mercurio mediante el crédito, influyó en el aumento de la producción que se registró desde mediados del siglo XVI hasta 1635. La decadencia que más tarde sufriría la minería fue provocada por la escasez de azogue, cuyo crédito había sido reducido por la Corona, que además presionó a los mineros para que cubrieran sus débitos de sal y mercurio. Los mineros que refinaban plata de baja ley quedaron fuera del mercado, y sólo subsistieron los dueños de las minas con más alta ley, que podían beneficiar la plata por fundición. En contraste con el distrito de Zacatecas, el de Sombrerete tuvo una larga época de bonanza en la segunda mitad del siglo XVII, disputando al primero la supremacía en la producción de plata, que se recuperaría hacia 1670, cuando aumentó el suministro de mercurio.
Los datos sobre acuñación de moneda en la Nueva España, de 1690 a 1800, demuestran que durante el siglo XVIII Zacatecas experimentó una tendencia positiva en la producción de plata, en la que se aprecian tres etapas: de 1690 a 1752, marcada por un crecimiento sostenido; de 1753 a 1767, en la que se manifestó una tendencia decreciente; y de 1768 a 1810, en la que hubo una recuperación súbita y crecimiento.
Esta última etapa de auge fue consecuencia de factores internos y externos. Por una parte, la Corona redujo los costos de producción mediante modificaciones a la política fiscal, los créditos para la compra de mercurio y mejores canales de distribución de este producto. Por otra, el aumento de la demanda de plata, resultado a su vez de la participación de la Nueva España en el mercado mundial como productora del mineral, y los requerimientos del exterior impulsaron el desarrollo minero novohispano.
Zacatecas, al igual que otros centros mineros, estuvo marcada por tendencias generales de la producción y por los cambios en las políticas del gobierno. De ahí que los años de recuperación se expliquen también por la política de fomento minero de la Corona española.
Al debilitarse Zacatecas en el siglo XVIII, otras ciudades que hasta entonces habían ocupado sitios de menor importancia, como Guadalajara y Guanajuato, la superaron en crecimiento demográfico, y la segunda en los niveles de producción minera. Sobresale también el caso de Aguascalientes, que a fines de aquel siglo experimentó un vertiginoso crecimiento económico.
Desde 1732, cuando Zacatecas aún no enfrentaba una situación de crisis, José de Rivera Bernárdez ya había sugerido la necesidad de introducir cambios tecnológicos porque las técnicas utilizadas hasta entonces pronto causarían el estancamiento de la producción. Más de 40 años después, en 1774, los oficiales reales de Zacatecas presentaron un informe en el que señalaban la urgencia de invertir capitales —escasos en ese entonces— para extraer nuevamente mineral de las numerosas minas abandonadas. Además, se lamentaban de que las minas se explotaban inapropiadamente, sin seguir el método que recomendaban las ordenanzas, lo que propiciaba inundaciones cuya solución era sumamente costosa.
La escasez de capitales no era causa sino consecuencia de la falta de interés de los inversionistas en la minería, pues en la agricultura y las manufacturas no se había registrado retroceso. Para reactivar la minería, en el último tercio del siglo XVIII José de la Borda propuso un proyecto de inversión que consistía en la introducción de tecnología y capital, en el aumento de subsidios al precio del azogue y en la reducción de impuestos. El proyecto tuvo tal éxito que la reactivación de las minas generó grandes cantidades de plata y otros mineros prominentes se animaron a invertir, bajo similares condiciones, en Sombrerete, Vetagrande y Bolaños, donde también se logró la rehabilitación de estos distritos.
La Corona mantuvo el monopolio del mercurio o azogue, elemento indispensable para la producción de plata por el método de amalgamación. Pero en la distribución de este elemento intervinieron los poderosos comerciantes que incidían en los procesos productivos a través del control del crédito.
La producción de plata tenía dos fases: la extracción y el beneficio. La primera era la más azarosa y difícil porque se podía perder toda la inversión por el desconocimiento de la riqueza de la mina y la ley del mineral. En la fase de beneficio sí era posible calcular los costos con mayor certeza, ya que eran proporcionales a los montos de mineral que se beneficiaban.
A finales del siglo XVIII aparecieron cambios tecnológicos como el uso de la pólvora, el aumento de los malacates, el mejoramiento de los instrumentos de trabajo y la sustitución del hombre por animales en el acarreo de mineral. Sin embargo, no se pudieron solucionar muchos problemas del trabajo subterráneo por el desconocimiento de la geometría y las débiles conjeturas en que se basaba el trazo de los interiores, sin tomar aún en cuenta la brújula. Otras veces, por codicia, los propietarios y arrendatarios dejaban las minas bajo la irresponsabilidad de los buscones, quienes debilitaban los pilares hasta el punto de provocar derrumbes y, por consiguiente, su abandono. En las minas sobreexplotadas se tuvieron que perforar pozos más profundos y socavones más largos, con lo que se agudizó el problema de las inundaciones.
Las distancias elevaron los costos de producción de las minas. A mayor distancia de los mercados de abasto, los costos eran mayores y la utilidad disminuía. Además, las minas del norte pagaban salarios más altos por la escasez de mano de obra y como única forma de atraer trabajadores, a quienes también se les ofrecía manutención. La transportación de los insumos para la producción era más costosa y, aparte, los comerciantes enviaban sus mercaderías con el peligro latente de los ataques de los indios por los caminos que conducían desde los centros de abasto hasta las minas. Al respecto, cabe destacar que la minería zacatecana logró articular durante el siglo XVIII espacios menos alejados que proveían sin tanta dificultad las mercancías que demandaba la producción.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII el problema de la escasez de capital estuvo relacionado con la etapa de extracción la cual requería grandes sumas para el desagüe y la habilitación de minas abandonadas, mientras que la falta de mercurio afectaba la fase de beneficio. No obstante, esta época se caracterizó por la obtención de mayores ganancias debido a la disminución de los precios del mercurio y de la pólvora y a las subvenciones y concesiones fiscales que otorgó la Corona. En el último tercio del siglo se acentuó el uso intensivo de la mano de obra y casi todos los propietarios de las minas suprimieron el partido, pero la escasez de mano de obra en el norte no permitió su erradicación total, por lo que la reducción de costos en el norte y en el sur no fue igual.
El capital escaseó a finales del siglo XVIII. Además, la extracción de mineral que exigía fuertes sumas de dinero se había convertido en una actividad altamente riesgosa e incosteable por hallarse a grandes profundidades. Hasta entonces las empresas mineras habían tenido un carácter individual, pero ante la falta de capital y lo azaroso de las inversiones, los mineros optaron por un esquema innovador: la formación de compañías de inversión donde participaban socios a través de la compra de acciones.
Este nuevo esquema provocó profundas modificaciones en la minería zacatecana; entre ellas, la concentración de los medios de producción en un grupo reducido de mineros, principalmente de origen peninsular, y el debilitamiento de los pequeños propietarios, los cuales en su mayoría eran criollos. El hecho permite explicar el creciente descontento de estos últimos y su futura participación en favor de la independencia.
El abasto de la ciudad
La producción minera y el sustento de los habitantes de Zacatecas dependieron del abasto de variadas mercancías a la ciudad. Desde la época de la fundación de la ciudad hasta la primera mitad del siglo XVII, se reconoce un hecho constante: año con año, durante los meses de mayo a agosto se padecía la escasez de granos y bastimentos, principalmente maíz y harina. Para paliar la crisis, se suspendía el cobro de alhondigaje y otros derechos de introducción de granos, y las autoridades incluso forzaban a quienes recogían el diezmo que la Iglesia cobraba a los agricultores para que el maíz almacenado se vendiera al precio fijado por el cabildo.
Durante las crisis de abasto más agudas, como la que se padeció entre 1784 y 1786, el cabildo de Zacatecas se vio obligado a buscar granos en otras jurisdicciones, pues la ciudad caía en situaciones de extrema emergencia por su dependencia de las comarcas aledañas en materia de granos y otros alimentos.
Las crisis de abasto generaban problemas adicionales, como el acaparamiento y el enriquecimiento a costa de la población necesitada, o bien, que las mercancías se vendieran no donde más se les requería sino en los lugares que pagaban el mejor precio. No fue raro que en situaciones de crisis los dueños de granos se aliaran con las autoridades políticas en búsqueda del beneficio personal y en perjuicio de los habitantes pobres e, incluso, de los mineros.
Población
El impacto económico que produjo el descubrimiento de las minas de Zacatecas en la Nueva España desencadenó una fuerte corriente migratoria durante la segunda mitad del siglo XVI que ni las barreras geográficas, ni el peligro de los ataques indios lograron frenar. El seductor atractivo de las ricas vetas de plata impulsó a un gran número de españoles, acompañados de indios y negros, hacia Zacatecas, quienes organizaron expediciones y diseñaron estrategias para pacificar a los belicosos indios del norte. La ambición de poder y riqueza que despertó el descubrimiento de las minas zacatecanas transformó la economía de la Nueva España, pero también abrió una fase nueva de la expansión territorial en la que el movimiento de la población tuvo un papel decisivo.
Españoles, mestizos, indios, negros y mulatos integraron la nueva población de Zacatecas, cuyo componente indígena, a diferencia de otras regiones de la Nueva España, había llegado de diferentes tierras, y el resto arribaba en mayores cantidades que en otras partes. La migración indígena de los pueblos de indios hacia los centros mineros se incrementó; de esta manera lograron evadir las cargas fiscales. Además, la pepena de mineral que se autorizaba luego de cumplir con la jornada les permitió participar en la explotación minera obteniendo beneficios. Así, los centros mineros se consolidaban gracias al atractivo que representaban para una gran cantidad y variedad de trabajadores.
Con el nombre de tequio se conoció el contrato que se establecía entre el dueño de una mina y sus trabajadores, el cual consistía en la cantidad de mineral que se obligaban a extraer al día y que variaba de una mina a otra. La creación de nuevas haciendas de beneficio —donde vivía la mayoría de los trabajadores de las minas—, y el crecimiento de la ciudad de Zacatecas propiciaron el aumento de la migración y la aparición de trabajadores asalariados, constituidos en gran parte por indígenas aventureros y advenedizos. Con el tiempo, la población sólo se mantuvo en los reales de minas con mayor rendimiento, y otros, como Ranchos, se despoblaron; en Mazapil, Nieves y Chalchihuites la concentración de la población fue baja.
La población de los centros mineros disminuyó durante la década de 1570, recuperándose en la siguiente tan sólo en Zacatecas, Fresnillo, Sombrerete y San Martín, pues en el resto continuó decayendo. Cuando escaseaba la mano de obra en las minas, sobre todo a causa de epidemias como la de tifus de 1576, las bajas se cubrían con nuevos emigrantes, quienes eran atraídos por los incentivos económicos. La fuerza de trabajo indígena en la región de Zacatecas llegó a un máximo de 5 000 personas durante los siglos XVI y XVII, suficiente para atenuar la escasez de mano de obra en las minas.
Los intentos del gobierno colonial para registrar a la población indígena y negra que laboraba en las minas, e identificar a vagos y malvivientes fueron infructuosos. Los dueños y administradores de las minas se oponían ante el riesgo de que los indios abandonaran sus centros de trabajo por sentirse coartados, mientras que era difícil registrar a los negros porque mudaban de dueño constantemente.
En virtud de que la población indígena logró adaptarse a las nuevas condiciones que el sistema colonial había impuesto a lo largo de más de 100 años, en la segunda mitad del siglo XVII pudo recuperarse. A diferencia de otras áreas de la Nueva España, en Zacatecas la población no trabajó bajo el sistema del repartimiento y la población indígena migrante probablemente llegó a constituir poco más de 50% del total de las minas zacatecanas.
La población de Zacatecas tendió a disminuir durante el siglo XVIII, hasta registrar una recuperación a fines de la década de 1770, provocada por una fuerte migración, resultado a su vez de un nuevo auge minero. La población de la ciudad aumentó de 15 000 habitantes en 1777 a 33 000 en 1803.
Las oscilaciones entre el aumento y el descenso de la población de la ciudad de Zacatecas respondieron a las oscilaciones de la producción minera entre la prosperidad y las depresiones.
Grupos raciales
La presencia de diversos grupos raciales fue una característica de los centros mineros. La relación permanente que se estableció entre estos grupos en la sociedad zacatecana exhibe la presencia de un grupo relevante: el mestizo.
Las categorías que se registraban en los padrones de la época colonial eran español, mestizo, negro e indio y se asignaban a cada individuo al momento de bautizarlo, refiriéndose con ello a la calidad cívica y fiscal de las personas, más que a sus antecedentes genéticos, lo que a su vez marcaba el rango social de cada grupo. Sin embargo, indios, mestizos, mulatos y negros intentaron romper las barreras que los separaban, tanto de los españoles como entre ellos, para obtener diversas ventajas como la exención de impuestos o la adquisición de tierras, haciéndose pasar por indios quienes no lo eran.
Los contactos interraciales se intensificaron a tal grado durante el siglo XVIII que a finales parecía que los pueblos de indios de la provincia casi habían desaparecido y en su lugar habían quedado sólo pueblos de mestizos. Los distintos grupos raciales estaban esparcidos en todas las poblaciones, desde las ciudades y los reales de minas hasta las haciendas, ranchos y pueblos.
En lo que concierne a la ciudad de Zacatecas, en 1754 se registró la siguiente distribución racial: 17% de la población era indígena; 33% era española, y el porcentaje restante estaba compuesto por diversas castas. Medio siglo después, en 1803, la población indígena había disminuido, mientras que la de negros y mulatos aumentaba. La distribución porcentual para ese año fue: 42% españoles y mestizos; 27% indios, y 31% negros y mulatos.
Para el conjunto de la provincia de Zacatecas, en 1803 la población tuvo la siguiente distribución: 38% de sus habitantes eran negros y mulatos; 35% españoles y mestizos, y 27% indios.
La mano de obra libre conformada por migrantes a los grandes centros mineros que cubrían la escasez de trabajadores dio lugar a las categorías de vagos, aventureros y forasteros, como se calificaba a indios, negros y mulatos que no tenían residencia fija y que iban y venían de un centro de trabajo a otro. No pagaban tributo, porque en los reales de minas de Zacatecas no se les exigía.
Los pueblos de indios
Después de la guerra del Mixtón, la mayoría de los pueblos de indios de la provincia de Zacatecas se concentraron entre las ciudades de Guadalajara y Zacatecas. Al norte y al este de la provincia había unos cuantos pueblos y los nuevos que poco a poco se fundaron serían organizados con indígenas provenientes de otras áreas. En cambio, los antiguos pueblos de indios estaban abandonados o con escasa población; hacia 1548 sólo quedaban los pueblos de Jalpa, Nochistlán, Suchitlán, Mezquituta y Mesticacán como herederos y sobrevivientes de los cazcanes. Todos los pueblos pagaban tributo y se dedicaban al cultivo del maíz que vendían a los carreteros españoles, quienes se encargaban de transportarlo hacia las minas.
Durante la segunda mitad del siglo XVI, debido a las guerras, epidemias y migraciones que diezmaron a los pueblos de indios, se propuso concentrar a sus habitantes en áreas protegidas de los indios belicosos y alejadas de la frontera de guerra, además de aumentar el número de sus pobladores con gente del centro de la Nueva España, como Tlaxcala.
El territorio localizado al norte de las minas de Zacatecas estaba despoblado de indios, mientras que al sur había asentamientos que apenas reunían, alrededor de las iglesias y conventos franciscanos, a los pocos sobrevivientes de los cazcanes, guachichiles y zacatecos. Para 1576 los pueblos del sur de Zacatecas habían perdido a sus señores tradicionales, a la nobleza indígena, y en su lugar gobernaban los llamados tequitlatos.
Los pueblos de Nochistlán, Tlaltenango, Teocaltiche, Juchipila, Mesticacán, Mezquituta, Suchitlán y Jalpa, entre otros, permanecieron en estrecha relación con Zacatecas y otros centros mineros durante toda la Colonia. Al norte y al este de Zacatecas se fundaron diversos sitios como Charcas, Venado, Saltillo, San Andrés y Chalchihuites. La mayoría de estos pueblos se fundaron con indios tlaxcaltecas, lo cual constituía una estrategia de poblamiento que buscaba atraer indios de paz y repeler a aquellos que causaban daños en las poblaciones. Los pueblos de San Andrés del Teul, algunos de los Mezquitales y las minas de Nieves y Río Grande se habían poblado con indios de la zona, pero eran asentamientos inestables, pues a menudo se rebelaban contra los españoles.
Los métodos agrícolas, de explotación ganadera y minera introducidos por los españoles, alteraron el equilibrio de los pueblos de indios. La depredación de los bosques en busca de madera para las minas fue sólo un ejemplo. Las disposiciones para la conservación de los montes fueron desobedecidas por la creciente necesidad de madera; los españoles se vieron precisados a recurrir a los montes de los pueblos indios, como San Pedro Susticacán que acabó dedicado a proveer leña a las minas.
Frontera agrícola y ganadera
Durante los años coloniales, en el territorio de la provincia de Zacatecas quedaron demarcadas tres diferentes regiones: el altiplano, de tierras áridas y escabrosas, no favorables a la agricultura, donde se ubicarían las más extensas propiedades; los valles de tierras fértiles con numerosas fuentes de agua, donde predominaron las pequeñas propiedades durante los siglos XVI y XVII y que luego en el XVIII mostrarían una tendencia creciente a la concentración; y la región de alta fertilidad y riqueza natural, la de los cañones, donde se combinaron la pequeña, mediana y gran propiedad.
La baja densidad demográfica de las tierras localizadas al sur de las minas de Zacatecas —entre esta ciudad y la de México y Michoacán— y hacia el norte determinó las características de la ocupación española en esa vasta región. Además, las tierras ocupadas desde antes de la conquista por diversos grupos indígenas fueron abandonadas, sobre todo después de la guerra del Mixtón, convirtiéndose así en otro territorio codiciado por los españoles.
Ricas en pastos y propicias para la agricultura, las tierras abandonadas por los cazcanes se poblaron con haciendas y estancias de ganado que constituían un elemento indispensable para la explotación minera. La reproducción del ganado fue tan acelerada que los propietarios pronto tuvieron que demarcar sus terrenos y solicitar a la Corona nuevas concesiones de tierras, conocidas entonces como mercedes.
El desarrollo de las haciendas, ranchos y estancias corrió paralelo al de la producción de mineral. Así, la frontera agrícola y ganadera oscilaba a la par que la frontera minera. Cuando se inició la explotación de las minas de Zacatecas bastaban las cosechas que llegaban de Michoacán y Querétaro para satisfacer las necesidades de consumo; pero conforme aquélla se intensificó la frontera agrícola y ganadera se extendió hasta Nochistlán y Juchipila, al sur de la provincia, donde se inició el cultivo de trigo y maíz, y poco después hasta la zona ubicada entre Zacatecas, San Martín y Avino en el norte.
Elemento esencial de la ocupación española del territorio novohispano fue la hacienda, que era una unidad de producción basada en el acaparamiento de grandes extensiones de tierra, y que se estableció desde finales del, siglo XVI a través de las concesiones o mercedes de tierras que el gobierno colonial otorgaba a los particulares. En la provincia de Zacatecas, las haciendas fueron el complemento esencial de la explotación minera; en ellas se cultivaban diversos productos que cubrían necesidades básicas de los habitantes de las minas y de alimento para los animales que eran la fuerza motriz del trabajo minero, además de ser el asiento de la crianza de ganado.
La distribución de las haciendas en la provincia de Zacatecas durante el siglo XVI presentó las siguientes características: en el valle de Valparaíso, Jerez y Nieves se fundaron las de gran extensión teniendo como principal actividad a la ganadería y, en menor proporción, a la agricultura. Pero más tarde esta proporción se invirtió, o presentó un mayor equilibrio entre ambas actividades, porque los cultivos resultaban cada vez más atractivos.
Al sur de las minas de Zacatecas, hacia la región de los cañones, la fundación de ranchos y haciendas enfrentó mayores obstáculos porque la densidad demográfica indígena era más alta y las tierras pertenecían a sus pueblos. No obstante, los españoles paulatinamente lograron apropiarse de ellas, en muchos casos porque habían sido abandonadas por sus propietarios originales, o bien, mediante la compra, la donación e incluso la toma legal. Las haciendas y ranchos que se establecieron en la zona de Juchipila y Tlaltenango no alcanzaron las dimensiones de los del norte de la provincia, donde las características del terreno, la escasa población y la ausencia de pueblos de indios favorecían la concentración de grandes extensiones en un solo propietario. En el sur, por el contrario, más que grandes terratenientes hubo sobre todo pequeños propietarios.
El siglo XVII se caracterizó por la formación de haciendas donde se integraron auténticos complejos agroganaderos que abastecían a las minas y ocupaban abundante mano de obra indígena, mulata y mestiza. Al sur de la provincia el tamaño de estas haciendas fue variable; y en el norte continuaron predominando las de gran extensión. Sin embargo, hacia 1630, como consecuencia de la crisis que padeció la minería, un número considerable de grandes propiedades comenzaron a decaer y muchas fueron fraccionadas.
Durante el mismo siglo XVII se puso en práctica una disposición de la Corona española, emitida desde fines del siglo anterior, para "componer" las tierras. La disposición buscaba regularizar las propiedades, identificar los falsos títulos de propiedad y las adquisiciones fraudulentas, y anular las compras de tierras de indígenas que por entonces estaba prohibida. Con esta "composición" la Corona aseguraba su derecho a ser la dueña de las tierras sueltas y a venderlas en beneficio del real fisco.
Los propietarios aprovecharon las composiciones para legalizar lo que ya poseían, adquirir nuevas tierras que pertenecían a los pueblos de indios y ocupar terrenos baldíos y desocupados. Por su parte, los indígenas, que también tenían derecho a regularizar sus terrenos, en lugar de verse favorecidos con las composiciones, resultaron afectados, porque sólo unos cuantos podían defenderse con la presentación de los títulos de propiedad.
Las composiciones finalmente fueron un medio para justificar el crecimiento y desarrollo de las grandes extensiones de tierra, confinar a los indígenas a un espacio cada vez más reducido y controlarlos económica y socialmente, lo mismo que a las castas y mestizos, incapacitados para adquirir tierras. Esta población quedó condenada a la dependencia de una estructura agraria determinada por la hacienda que día con día se fortalecía convirtiéndose en peones, arrendatarios y, posteriormente, en aparceros y trabajadores asalariados. Paradójicamente, las composiciones sirvieron para justificar abusos, despojos, ocupaciones ilegales y latifundios, al mismo tiempo que promovieron la aparición de largas filas de trabajadores que buscaron incorporarse a las haciendas. Aunque no fue un hecho generalizado, el mismo propietario podía garantizar la acumulación de tierras con cierta continuidad —a veces durante más de un siglo— a través de los lazos familiares y del linaje que impedían el fraccionamiento de las propiedades. Pero mucho más común fue la inestabilidad en la posesión de las tierras, las continuas compraventas, el arrendamiento e, incluso, el abandono.
Durante el siglo XVIII la hacienda vivió su época de fortalecimiento y consolidación. Su distribución en la provincia zacatecana mantuvo la tendencia ya señalada, pero apareció otro fenómeno que daría nueva fisonomía al espacio zacatecano. Indios, castas y negros avecindados dentro de los terrenos de las haciendas, y cuyo número iba en aumento, solicitaron constituirse en pueblos reclamando derechos ancestrales y provocando la fragmentación de los grandes latifundios. Estas reclamaciones fueron el origen de muchas villas y pueblos, como Villa Gutierre del Águila, hoy Villanueva.
La configuración del espacio zacatecano a lo largo de la Colonia demuestra que a la provincia se le debe reconocer como un territorio complejo y heterogéneo, marcado por subregiones con características y funciones propias, pero siempre determinadas en mayor o menor medida por las necesidades de producción de los centros mineros, hecho que a su vez contribuyó a articularlas y a diferenciar al conjunto de la provincia de otros espacios.
La ciudad de Zacatecas
Numerosos grupos de indígenas mexicanos, tarascos y tlaxcaltecas que acompañaron a los españoles en sus expediciones y que participaron en la pacificación de los indios que habitaban aquella región, formaron parte de los nuevos pobladores de las minas zacatecanas, junto con gambusinos y mercaderes viandantes. A menos de tres años de su descubrimiento, el centro minero contaba con más de 300 mineros establecidos y 1 000 individuos relacionados con la actividad minera, siendo la tercera población en número de habitantes después de México y Puebla. Hacia 1550 se registraron 58 españoles propietarios de casas e ingenios de minas, y para fines del siglo XVI el número de vecinos de la ciudad había aumentado a 500.
Pero no sólo creció el nuevo centro minero. Su riqueza, además de atraer a un número creciente de españoles, propició la fundación de villas, presidios y misiones, además de la de otras ciudades mineras como Durango y Chihuahua, que tendrían como punto de convergencia a las minas de Zacatecas, convertidas en un espacio lleno de agitación y efervescencia que contrastaba con el resto del territorio de la Nueva Galicia.
Hacia 1584, consideraban los ya poderosos mineros zacatecanos que su lugar de residencia había adquirido tal relieve por el prestigio y riqueza de sus pobladores, que debía elevarse su rango de villa a ciudad. El rey Felipe II accedió a su reclamo y otorgó a las minas de Zacatecas título de ciudad el 17 de octubre de 1585. Sólo tres años después, en 1588, al título de ciudad, el rey y su Consejo de Indias le sumaban el de "muy noble y leal" y le otorgaron escudo de armas por el servicio con que "los vecinos de ella me han servido con mucha fidelidad, cuidado y trabajo, así en defenderla de los indios chichimecas [...] como en la labor y beneficio de las minas de plata de aquel contorno de que se ha sacado y continuamente saca mucha riqueza".
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Benicio Samuel Sanchez
Genealogista e Historiador Familiar
Email: samuelsanchez@genealogia.org.mx
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(Élder J. Richard Clarke, Liahona julio de 1989, pág.69)
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